Hoy ha sido un día plano, nada malo, nada malo, nada importante, simplemente neutral.
Al estar aquí afuera, puedo sentir la dulce brisa del viento acariciar mis brazos, mi cuello, mis mejillas y mis labios.
Estar al exterior me hace sentir en peligro, pero de alguna manera, ese mismo sentimiento me hace sentir segura y poderosa, todo gracias a la gigantesca y pálida luna.
Puedo sentir sus rayos de luz tocando mi piel, suavemente, ya que esa luz que aclama ser suya, es del sol, sin embargo el sol quema con ardor y la luna me arrulla y me tranquiliza, me da su consuelo a cambio de mi estancia aquí afuera.
Desprecio muchisimo la idea de que debo irme, pero comprendo que quedarme aquí no es más que una anomalía.
Un ronroneo me saca de mi trance y vuelvo mi vista para ver de donde viene. Me encuentro en los ojos del gato negro que se acerca a mí de mala gana. Me permite acariciar su oscuro y suave pelaje. Sabe lo mucho que me gusta, y lo mucho que amo a los gatos, pero lamentablemente no poseo ninguno. Decido sentarme un rato en el suelo, que al sentirlo con mis muslos, se me enchina la piel de lo frío que está el piso. El gatito se enreda en mi cadera, y yo lo acaricio mientras se acomoda en mi regazo. Después de un rato de apreciar al minino, me doy cuenta de la hora y me paro, mientras el gato se entrelaza entre mis tobillos. Llego a la puerta y le doy una última caricia, y el minino se va entre los arbustos y desaparece en la sombría noche. Este día no fue tan plano después de todo.
